miércoles, 31 de julio de 2013
Pepiño (Y uno)
(Lamento que no podáis perdonarme la ausencia, pero he estado absolutamente absorbido)
Pepiño Blanco, segundas partes (Y Uno)
Qué cruel el mundo en que vivimos,
Te ha juzgado culpable de antemano
No te exculpa, y te exime de cariños
Aunque trates a un amigo como hermano.
¿Qué pecado cometiste tú Pepiño,
Qué delito, qué cohecho, qué carallo,
Si cumpliste a rajatabla con tu oficio
De avanzar lo que estaba retrasado?
Empujaste con ahinco la obra nueva
Qué más da que de un amigo se tratara
Si cumpliste tu deber como debieras
Solventando aquella nave inacabada.
Hombres ágiles de fuertes convicciones
Necesita nuestra España descastada
A la vez que impenitentes narigones
Que sepan imponerse a la manada.
(Insolventes maquiavelos) de la nada
Han dudado de tus actos impolutos
Unos cuantos de nosotros a lo bruto
Defendimos con prudencia tu coartada.
Mas ya sabes noble habitante de Palas
Que la vida es traidora por costumbre
Y tus mismos compañeros de algarada
Esquivaban chamuscarse en la lumbre.
Héme aquí, presente y macho viejo
Propietario insolvente de la nada
Defendiendo aún a costa del pellejo
Tu inocencia, rectitud y blablablaba-
(Y qué suerte has tenido condenado
Qué destreza, qué control, qué acierto pleno
que supiste encontrar sin verte reo
La manera de ayudar al ayudado.)
lunes, 1 de julio de 2013
El Mantel.
(De cómo los viajantes
estuvieron en un tris de dejar la vida a manos de un siciliano)
Con lo que ahorramos en tabaco y
en bebidas espirituosas, cada cinco años realizamos un viaje al exterior, si el
tiempo lo permite. Siempre que Europa sea considerada exterior. Que sobre eso hay literatura diversa y
recientes opiniones encontradas.
Llenas las tres maletas de ropa
que nunca íbamos a utilizar, nos dispusimos a zarpar del puerto de Barcelona
para pasar unos días mar adentro. El capricho del capitán y un itinerario más
que trillado nos depositó en la Isla de Sicilia, concretamente en Taormina.
Bella Isla, llena de historia, de
encanto y de mar. Dice la Wilkipedia que un balcón sobre el mar. Y enfrente el
volcán Etna, que ese día arrojaba unos hilillos de humo a la atmósfera,
presagio de futuras llamaradas.
Después de visitar el magnífico
anfiteatro romano, desde cuyas gradas se divisa con nitidez, en la lejanía, la
figura del volcán, nuestros pasos, como siempre que hay viajes, fueron a dar a
la calle de las compras. Multitud de
objetos, como en cada lugar que se visita nos acosaban por entre las estrechas
callejuelas. Gozan de fama en Taormina los bordados de telas y manteles que por
cientos se exponían en los telderetes y tiendas, como horcas claudinas que por
fuerza has de observar. Hizo su efecto el imán y la mujer entró decidida a una
de las numerosas tiendas.
-
Bon iorno, nos recibió con toda amabilidad el siciliano,
con una sonrisa que llegaba al anfiteatro.
La señora comenzó a repasar los
manteles, preguntando precios, calidades y otras cosas que se me escapaban.
Media hora después habían llegado a un acuerdo, mientras yo deambulaba por
entre las estrechas paredes de la tienda.
Al momento de pagar, saqué la
cartera y me dispuse hacerlo. Y ahí empezaron los problemas.
-
Faltan las “servilletti” , explicó mi señora.
-
Non servilleti, repitió el italiano intentando
adaptarse a su lenguaje.
-
Cómo que no servilleti. Doce servilleti.
-
Trato
e sine servilleti. Il tratto é il tratto.
-
Sin servilleti, no hay trato, se plantó mi mujer con
toda la calma.
-
Signora, il tratto e feto!
- Sin servilleti, el trato e desfeto.
- Ma signora, cosa dice..!
El siciliano a
cada minuto gesticulaba más y su tono se incrementaba por momentos.
- Il trato e
de treinta e tres millone de lire. Ma sine “servilleti”.
- Sine
servilleti, non e trato, apostilló mi señora con aplomo y aprendiendo más
italiano por momentos. Al aplomo de mi señora, correspondía el italiano con más
gestos, más gritos. Me mantuve en mi rincón sin pestañear, intentando no tomar
partido, mientras de reojo intentaba localizar el rincón en donde el siciliano
escondía la recortada.
Lo veía fuera de sí, enojado o pretendiendo parecerlo. Los acontecimientos
podían precipitarse, cuando mi señora se dio la vuelta y se dispuso a irse, rompiendo el trato. Romper un trato con un siciliano! Bemoles! Me acordé del
Padrino, del caballo, de la cabeza y de los guardias de Corleone con sus
escopetas de dos tiros y en pocos segundos imaginé al capitán del barco deslizándonos a mi señora y a mí por babor
envueltos en una sábana para ser pasto de tiburones o de lubinas o de lo que
fuera que se pescara en ese mar, verde y transparente. De la trastienda salió
una oronda italiana con un machete de cortar carne preguntando, dirigiéndose al
hombre;
-
Cosa?
-
Niente, la spagñola….
El italiano gesticulando y
elevando el tono de voz hasta lo imposible, le explico a quien parecía ser su donna, la situación, incendiándose progresivamente, de modo que temía yo más a su
explosión que al amenazante humo del Etna.
Y se produjo un hecho que cambió
por completo la difícil situación. La mujer interrumpió al marido y depositando
el machete de un golpe en una tabla que alli había se dirigió a él, elevando aún
más la voz. El siciliano, que no debía ser del mismo Sicilia, fue perdiendo
fuerza hasta disminuirse por completo, bajar la cabeza y mirarnos con cierta
vergüenza a medida que la mujer le hablaba muy cerca de su cara, señalando ora
el mantel, ora las servilletas.
Del poco italiano que aprendí esa
mañana, hago una traducción aproximada de lo que la mujer debía estar diciendo:
-
No ves, tonto
del culo, que la española no te va a comprar el mantel, nos va a espantar a los
clientes y en el resto de la mañana no venderás un carrete de hilo? Dale las
doce servilletas y que se vaya con viento fresco. ¿Acaso no le has vendido como
hecho a mano un mantel hecho a mano con la máquina? No seas memo y dale ahora
mismo las servilletas.
Eso debió ser más o menos, ya que
el siciliano, tomó las doce servilletas y las depositó encima del mantel. Le
dije a mi mujer por lo bajo, por dios, toma el mantel y las servilleti y
vayámonos con viento fresco. Y así lo hicimos, pagamos, nos fuimos y
continuamos nuestro recorrido por la bella Taormina; eso sí, hube de sentarme
un rato a tomar un expreso, a fin de tranquilizarme. Uno se tranquiliza con café.
Algo insinuó mi mujer a cerca de
mi capacidad para un rescate si el barco se hundía, pero sutilmente le indiqué
que tal vez iría más servida con el siciliano. Era bastante más
condescendiente. Y nos reímos. Creo recordar.
Recuerdos de juventud, en Orense
a tantos de tantos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)